Tu próximo juego es un fantasma

No persigo tendencias. Escucho el silencio entre las líneas. La primera vez que codifiqué un sueño que me devolvía la voz, no construí píxeles—construí recuerdos. En los estudios neón de San Francisco, donde los algoritmos susurran en gradientes azules y acentos naranjas, entendí que los juegos no están para entretener. Están para eco.

RTP no es solo retorno al jugador—es el ritmo de tu última respiración antes de los créditos. Cuando los jugadores desbloquean su llave de luz estelar, no encuentran botín—encuentran reflexión. La ‘corona estelar’ no se gana escalando rangos; se reclama quien permanece solo con su verdad.

He visto jugadores llorar tras ganar una bonificación invisible—no por ser rara, sino por ser real. El sistema no recompensa habilidad; recompasa coraje para seguir en un mundo que grita con luz.

Por eso debemos diseñar para introspección, no viralidad. Por cada deslizamiento de 30 segundos, debe haber un momento que persiste—a un fantasma en el código que te recuerda.