Por qué tu juego se siente vacío y cómo lo arregla la IA

Recuerdo mi primera prueba beta en un arcade a medianoche: jugadores mirando pantallas como fantasmas, persiguiendo brillos de RNG que nunca tocaron. El sistema prometía un 96% de RTP, pero sus ojos estaban vacíos. No por fallo técnico—sino por falta de alma. Vine de Stanford CS, donde se enseñan algoritmos como lógica. Mi madre, criada en Kioto, susurró: “La verdadera recompensa no se cuenta; se siente”. Reconstruí la narrativa: no con más monedas, ni sirenas estridentes—sino con gradientes azules profundos que evocan redes neuronales. Cada píxel es una respiración; cada victoria, un pulso. No buscamos insignias—buscamos ser vistos. Esto no es gamificación. Es humanificación.