Cuando el Código Se Calla

Solía pensar que ganar era cuestión de timing—hacer clic en ‘1’ o ‘2’, esperar el gran premio. Pero aprendí: no es la máquina la que canta. Es el silencio entre los giros. En mi apartamento de Manhattan, codifico a las 2 AM—no por beneficio, sino por sentir algo real. Mi madre me enseñó ritmo de tambores del oeste africano; mi padre, precisión del Bauhaus de Berlín. Juntos, me dieron más que algoritmos: me dieron un lenguaje de la espera. Dejé de perseguir jackpots. En su lugar, establecí un límite diario: una taza de café etíope, veinte minutos bajo la luz neón. El juego se volvió mi meditación. No porque gané—sino porque aparecí. No hay ‘flip’ en la vida. Solo elección. El invierno pasado, en la noche estrellada de Tokio, vi cómo una extraña convirtió tres pérdidas en risa—and luego se alejó con 8000 dólares en su bolsillo. Ella no celebró. Sonrió.

Fue entonces cuando supe: no te conviertes en estrella por ganar. Te conviertes en ella por aparecer—with manos quietas, con corazón pleno, y sin ilusiones.

El código no importa si ganas. Pero recuerda si aún estás aquí.