¿Necesitamos juegos perfectos?

Solía creer que el brillo de las máquinas tragamonedas era arte. Crecí con el jazz de mi madre en Harlem y el silencio concreto de mi padre en Berlín. Vi cómo los jugadores perseguían jackpots brillantes como si fueran buscan validación: cada giro un ritual, cada victoria un bálsamo temporal para un alma vacía. La industria lo llama ‘entretenimiento’. Yo lo llamo alienación digital.

Los juegos ‘Super Star’ no recompensan alegría: venden la ilusión de que la aleatoriedad es justa. Empaquetan el RNG como poesía algorítmica diseñada para anestesiar tu anhelo. ¿Un RTP del 96%? No es generosidad: es una trampa cuidadosamente calibrada envuelta en terciopelo neón.

Una vez codifiqué un experimento: una máquina mínima donde el único símbolo era el silencio. Sin luces. Sin campanas. Solo un botón—presiónalo y espera.

En Figma, construí ‘El Giro Silencioso’: sin comodines, sin dispersores, sin pozos de jackpot. Solo una rueda en escala de grises girando contra un fondo negro con una estrella desvanecida—un solo punto de luz que nunca alcanzarás.

Los jugadores lo llamaron roto. Yo lo llamé honesto. Nos dicen que ‘disfrutemos el proceso’. ¿Pero qué si ese proceso fue diseñado para impedirte sentirte completo?

Me uní a un foro subterráneo el invierno pasado—no para compartir victorias, sino para compartir silencios. Alguien escribió: ‘Jugué por 47 minutos y no gané nunca.’

No se fueron. Solo dejaron de presionar botones—and finalmente empezaron a crear algo más. No necesitamos juegos perfectos. Necesitamos juegos que nos permitan estar solos sin fingir.